Un vehículo sostenible no es sólo aquel que utiliza energías limpias para su puesta en marcha. Un producto ecológico no es sólo el que puede reciclarse completamente una vez terminado su ciclo de vida. Cada vez más, el concepto de lo ecológico, lo sostenible, abarca todo el proceso de creación de un producto, su uso, y su posterior fase de desecho. Cualquier cosa que adquirimos y utilizamos en nuestra vida diaria se pone a nuestra disposición después de un largo proceso de elaboración que comienza muchas veces en el diseño, en la ideación. Y esa ideación es el primer paso para garantizar la sostenibilidad. Ese enfoque radical (hacia la raíz) del diseño es al que se denomina «ecodiseño«. Pero, ¿habría que ir más allá?
Así lo considera gente como Aly Khalifa, quien explica en esta ponencia hasta qué punto analizó el proceso de fabricación de su marca de zapatillas y llegó a la sorprendente conclusión de que lo mejor era ensamblarlas en la tienda. Es más: el calzado incorpora un sistema basado en placas Arduino para que la próxima zapatilla se ajuste aún mejor. Todo con el objetivo de convertir el famoso «people, profit, planet» en mejoras tangibles en creación de empleo, la experiencia del cliente y la sostenibilidad de los materiales y del proceso productivo.
Marcas como PUMA están desarrollando ya productos cuya fabricación permite un seguimiento completo de su ciclo de vida y garantizar la máxima tasa de recuperación de las materias primas empleadas en él, con el fin de reutilizarlas y reducir el uso de combustibles fósiles. Pero todo ello se enmarca en una filosofía empresarial completa enfocada hacia la sostenibilidad y la ética en todos los aspectos de la marca y en todas las relaciones con los grupos de interés.
Pero todo eso empieza en la fase de diseño, y todos los aspectos de nuestra vida pueden plantearse desde el principio con una perspectiva que racionalmente facilite la reducción, reutilización y reciclaje de los materiales empleados. Por ejemplo, en una ciudad que pretenda ser sostenible, primero hay que trazar unos planes urbanísticos que piensen en optimizar el espacio, reducir los desplazamientos e integrar la movilidad ciclista y peatonal de la forma más eficaz posible. En el caso de un vehículo, habría que valorar si lo estamos diseñando para ser arrojado a un vertedero o es posible idearlo con el fin de que su desensamblaje permita recuperar metales, baterías y plásticos de forma que puedan ser reutilizados con un consumo mínimo de otras materias primas. El compromiso debe ser mensurable, tangible, como éste que se ha fijado L’Oreal para 2020: crear tantos empleos como tiene la compañía en todo el mundo (100.000) en comunidades desfavorecidas.
¿Qué pasa si llevamos este planteamiento a aspectos más generales de nuestra sociedad? ¿Y si redefiniéramos el propio sistema, tal y como lo conocemos, para mejorarlo? Es lo que se plantea este post sobre cómo las marcas pueden redefinir el capitalismo siguiendo unos sencillos pasos que materializan algo que parece ser ya un anhelo generalizado ante el agotamiento de un sistema que cada día satisface menos a menos gente.